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DE MEMORIAS DEL AIRE EN LABRAR EN LA TINTA (1988)
Para Rafa, el místico
¿Cómo iba a llegar?
si el viento me retuvo.
Me envolvió en sus luces
me azotó
y me acarició con los cascos
de sus caballos.
Subió por mis sentidos,
palmo a palmo
desatando la locura
de oquedades, de
claveles enlazados.
Me dejó
muriendo un poco
entre sus labios.
¿Crees que así podría
llegar temprano?
Campanas de epifanía
marcan el cuerpo del ingrávido
¿Se puede leer el viento?
Sus
hojas
se han desatado
Vendaval.
Los goznes de sus puertas
sólo para mí
están enmohecidos.
Los brazos del viento
no envuelven.
Trituran, arrasan.
Dejan el huerto
en desolado.
DE EL SEGUNDO LABERINTO (1991)
El ala de tus ojos
ha batido mi piel
la cubrió de olivos verdes
que han sacudido mi piel.
A la sombra de sus pestañas
Madre
se ha teñido
de oro el mar.
Entre rescoldos de copas
él templa mi agua,
Madre.
Este oro me derrama
Cae nuevamente
Señor
agua estremecida
en tus cabellos.
La tarde
Señor
iba derramando gotas
y suaves fulgores
respondían a la danza
del viento
cuando un descender de plata
comenzó a recordarme
tu nombre.
Has desatado nuevamente
el descenso al fondo
del abismo.
Y esta grieta que me atrapa
girando
eterna.
No existía el segundo disco
–sin Paolo no se aprecia la tempestad–
Sólo encierro
estrechez de fruta seca
tolvaneras.
Y sentir
que un golpe de tu aliento
me rescata.
Una súplica
a ti que todo puedes
no me encierres
en la charca
no me hundas
si tú sabes
hacer que retoce
el mar.
Celebro ritos nocturnos
me incrusto de astillas
al develar tu aliento.
Las ruecas
sepultan hogueras
y ríos que se inflaman
porque la corteza de plata
cobra vidas
a la luz de tu nombre,
Señor.
FONTANA (1995)
PEGASO
Briosa fuente alada espumea entre belfos larga vida. Su coz abre luz en áridas penumbras.
Ágil bestia, desata en su relincho un manantial, asciende entre sus plumas, desliza su pelambre por el viento, atisba con sus húmedas orejas el rumor de los jardines.
Su solo nombre incita el resplandor del agua.
Vástago de un torrente rojo, trepa firme, frío, ardiente, las escalas que le tiende el aire.
EL VELADOR
Luz, ídolo cubierto.
Raspar, cribar siempre esa pasta informe, raspar cantando una salmodia, boca al suelo, serpeando entre el mujerío unánime, sin elevar los párpados –teror a encontrarlos desnudos- al hombre aquél, clavado un brazo al tronco, flechado bajo mantas; a la mujer de rostro entornado, apenas visible bajo trapos floridos.
Cantar levantando al cadáver informe de veinte velas, de ochenta velas; las lágrimas lechosas de la cera, las súplicas a esos revestidos de mágicas potencias.
Sólo raspar y oír los ruegos –Señor San Juan, tú Sanct Tiaco- temeroso de hallar, enmarcados, sus propios ojos que lo escrutan colgados al pecho de los santos.
VER AL ABUELO
Estoy limpio, pueden hendirme cualquier nombre, soy un trozo de cera.
Espero, escuchando las sombras, la venida del abuelo. Desciende ardoroso, por la blanca hendidura de un tronco.
¿Sabré elegir el árbol?
Me confunde el bosque de velas, su oscuro bramido al incendiar mi rostro.
Yo inmóvil, de bruces en la piedra, con la abuela a mi costado entonando una salmodia; yo en el vientre, rata informe a quien acecho la salida de sus fauces; yo muriendo a mi pasado tras los duros latigazos de los santos.
Continúo en silencio, al igual que el abuelo en los tiempos del sueño, atento a los sonidos de las flamas, al grito contenido de baldosas.
Pero ya viene su aliento, sonoro, devorando las tinieblas.
Ni un ejército de cántaros podrá menguar su furia.
Pronto se hará presente y no tendré un nuevo rostro. Sé que moriré cuando escuche a mi lado su matraca.
DE LA TURBA SILENCIOSA DE LAS AGUAS (2001)
CORONADA DE LUZ
I
Es la entraña viscosa de una gruta, la tibia exhalación de los murciélagos que ausentes, buscan sangre de becerro que ofrendar a la extranjera. Ratas de agua husmean los brotes cenagosos de la orilla, asaltan la madera de esa barca que disipa su contorno en la caverna.
Y ella flota, aromada, perdida entre las márgenes del sueño, pétalo de cera que se mece en la enorme pupila de la acequia y levanta de las ranas un triste rumor bajo el lienzo de humedades.
-¿Dónde surge, pequeña, esa niebla luminosa?
-Sólo escucho resonar el agua que cae en mi sueño.
La noche es más oscura en esa poza. Ignora el gemir retinto del ocaso ahogado en el cauce que la nutre y el torvo rostro de quien mira resplandores en la mártir que se acuna sobre aguas coaguladas.
El silencio se apodera de la charca, del monótono arrullo de mosquitos, del ojo que se sueña con una ninfa dentro, iluminando las sombras profundas de sus líquidos.
¿Son quizás luciérnagas que bordan una aureola a la difunta?
¿O es el sol que se ha escondido en sus cabellos y ahora se refleja en ese rostro pálido?
Sólo turba su hermosura esa cuerda que se aferra a sus muñecas y no abandona, aun con la humedad, las blancas manos, que aprisiona a la muchacha al aire y no la deja sumergirse en la memoria de las aguas, esperar toda la noche a que el pozo la recree, mientras sueña sus antiguos ojos y la suave mirada en que se hunde.
Son espejos, obsidianas que al contacto con la joven se disipan y toman transparencias de su cuerpo, de la blanca vestidura que refulge con el círculo de plata sobre el rostro y concede una fecha a la turba silenciosa de las aguas.
II
¿Qué hacer cuando año a año, en una noche tibia, al momento en que el crepúsculo es tragado por el río, surge la silueta de la santa? Dicen que aparece buscando la piedad de aquel mancebo que entre sombras presenció el flotar de sus despojos. Espera que pronuncie su nombre y la expulse de esa muerte, de la tenue memoria de la charca. Si no sabes su nombre verdadero, aléjate de aquí la noche en que el verano regresa a pisar las sombras. Serás esclavo silencioso del cieno o criatura de mercurio en las fauces de la gruta.
El mancebo murió hace muchos años. Sus ojos escarchados continúan atados a la fosa, y umbroso, se asoma en esa noche a contemplar la flor de cera que se hunde lentamente en la penumbra. Cada año es el vigía desesperado en los umbrales de la gruta y parte, con sus armas, los ojos del intruso, la lengua que no atina a pronunciar el nombre que lo salve del círculo sediento de la espera.
LA TRAMPA
La mirada circular del pozo y las trenzas desatadas de la niña abren, silenciosos, los goznes del líquido que ondea entre paredes enlamadas. Los cabellos –cobre húmedo- se van destiñendo en el ámbar de esta agua coagulada y su rostro se deslava, se hunde, se hace carne del abismo que la ciñe. El cuerpo se derrite entre pétreos caminos circulares.
Ella vio en el fondo una ardiente naranja y es ahora quien evoca resplandores en la trampa, reverbera frutas en sus sótanos sedientos.
Y tú, al atisbar, encuentras a la niña siempre viéndote, en el fondo, con sus ojos que nunca desembocan.
EL RÍO DE MIERES
Tiembla, en el cauce, aliento de difuntos. Es torrente helado, furioso por bogar entre piedras inmutables a su paso. Pequeños hércules que despedazan sus espadas.
Embiste al puente, a las rocas, y queda mudo ante esa sala, insólito habitante de las aguas.
¿Qué ninfa se posa, temblorosa, en ellos?
¿Qué silueta hunde rugidos en sus fundas?
Nadie sabe quién dejó en el río estos sillones; nadie observa permanencias del tapiz, el marrón que descompone las urdimbres.
El río se lanza a herir las bases, estalla sus cristales en las felpas.
Quedan sus siluetas imborrables.
CORONADA DE FLORES
I
Pacen los nenúfares sedientos. El sol se fragmenta al besar el agua. La doncella canta envuelta en velos. Canta solitaria sobre el manso cauce, dejándose llevar por húmedos caminos.
—Muchacha, deja que te siga, por debajo del río, detrás de tu voz. Permite que mi aliento, como el tuyo, sobrevuele la corriente.
(Cae la niña, impasible, al lado de una rama desgajada.)
Y ella canta, ceñida la cintura con azahares y jacintos, ondeando en su frente una orquídea por diadema.
Mece su rostro en las aguas, sus manos adormecen los capullos silvestres que sujeta, su aliento embalsama juncos.
Clama al sauce entre campanas, abre los goznes que circundan la otra orilla, invoca el tiempo de los sueños.
Colma de rocío el tronco que no muere.
—En tus plegarias, Ninfa, acuérdate de mis pecados.
Los vestidos van cediendo al hartazgo de bebida, tejen con cieno puntillas silenciosas. Y ella canta antiguas rimas que se tiñen de púrpura al gemido del arroyo. El canto endulza las aguas.
Exhibe el río —satisfecho— su presa en cristaleras.
II
¿Qué sueña la muchacha en su silencio perfumado?
El sauce inclina una gruesa rama sobre el río. Su cabeza en el agua refleja un tronco incendiado. Las frondas canosas se vuelven de plata: leve cardumen de peces cuando suben a gustar esa sustancia que simula fuego y flota sin embargo húmeda y lejana.
Ellos, mudos, reciben a la orquídea en su lecho de musgo, rozan sus escamas por los dedos fríos, enredados con tallos de violeta y raíces de juncos ribereños.
Pero Ofelia quiere dormir, un pájaro se acerca, canta un arrullo sobre el pecho bordado y siente el letargo aterido de su aliento. Sube, temeroso, a observar desde una vara el lento alejarse de la muerta.
Los dedos de sus pies se confunden con raíces lechosas de algún liquen. El brocado de su túnica forma ramilletes con las flores, frescas, que ondulan en ofrenda voluntaria a su sopor.
El bosque reverbera en sus pupilas de riachuelo. Flota entre el follaje, entre el cielo luminoso que contiende con los peces al hacer ondas doradas, entre hinojos y romero.
Al caer la tarde sólo encontrarán las flores esparcidas, los trinos del gorrión, un sauce reflejado entre lirios.
Ella duerme en su féretro de agua, su canto ahora es el rumor del río.
RÍO GRIJALVA
Repta bestia entre montañas.
Horada con paciencia el tiempo musgoso de laderas.
Reverbera
gran selva putrefacta:
verde rumoroso de oquedades.
Emana en su desgano olor de vastedad
y escamas descompuestas.
Su mole es surcada por troncos desgajados
y esos otros —los falsos—
que abren fauces y se roban a los cerdos
y a los niños
de la orilla.
Es su propia ociosidad
es el sueño largo y verde
que sumerge a los vivientes en su extenso sopor.
RÍO USUMACINTA
Bate, poderoso, los extremos.
¿Es furia o sólo hambre incontenible que despierta
oscuramente del letargo?
Manso lumen líquido.
Animal que arquea su torso a los lagartos y engulle,
cual palomas, las moradas de los hombres.
Crece, arrastra, torpe y ágil, su basta elocuencia de caudales.
Por su cuerpo transitaron, ese año, algunos barcos.
Tomaron para sí los pobladores, las riberas, cada
grumo, cada ave que surcara.
Y hoy, por otro cauce, entra nueva flota.
(Subyuga los rescoldos que acomete).
Boga por plaquetas, entre humores.
Mientras ojos de la presa ven pasar el río cargado de
despojos, el resto está tomado.
Las naves han llegado al rincón más vulnerable y claman ya victoria
de otra lengua sobre el vivo territorio al que acosan.
Río que barre esferas, que inunda cada poro con su talle.
Dejarse arrebatar por las aguas, por las naves.
(Para Ilse Cimadevilla)
CEMENTERIO
I
Oro viejo como el marco de los óleos venerables.
Oro en lajas con su pátina de herrumbre crepita bajo el paso abrumado de zapatos.
El otoño descendió, piadoso, hace unos días.
Bajó disimulado entre las briznas.
Permitió que sus pestañas —rubias, antiguas— se posaran entre el oro desgastado y crujiente de los suelos.
II
Las puertas se han abierto.
Es noviembre y el aliento congelado de los muertos ha venido a desojar las ramas.
Los dedos silenciosos fracturan sus falanges —amarillas, de pellejos arrugados y sedientos— y las riegan, en su juego, entre las hojas.
Por si alguno de los vivos se la lleva entre las suelas a su casa.
III
El otoño ha bendecido estos campos con sus gamas y las tumbas pacen, claras, en medio de un barullo de hojas secas, por debajo del manto —de lana oscura— con que el cielo cubre del frío sus orejas.
Y esa música extraña que brota del silencio y los pies rezongones sobre el tapete desgreñado de las hojas.
IV
Si la muerte es una sepultura, qué delicia descansar debajo de estas piedras, qué alegría ser simiente de abedules y velar por las hojas que año con año se desprenden.
Conversar sobre el clima y las mortajas.
¿Y si eso es la muerte?
Luz discreta de lápidas.
Conversación en calma de todos los amigos.
V
Es un pilar con su nombre grabado.
Un pilar blanco sin relieve de umbral en el infierno.
¿Qué anónimas manos, querido Gerard, abrieron pájaros celestes a la piedra, hicieron rondar alas bermejas y trinos en noviembre?
¿Qué extraña serpentina dio color al mármol, incendiándolo de flores?
Son una lápida y un pilar alzado con su nombre.
La memoria de los ríos, la amapola cuajada del ocaso, los enormes gajos de las frutas, han dejado recuerdos luminosos en la piedra debajo de la cual se convierte en ceniza su osamenta.
DE FUEGO (2003)
VOLCAN
¿Quién se acuna entre las piedras?
Cuentan todos las leyendas de su ardor.
Una isla
valle
cordillera
pueden engendrar sus danzas,
los bramidos que despiertan el vertido.
Funde en su centro la ira
el castigo.
Anhelos ajados que escuecen hasta no poder pararlos.
VERANO
Se esparcen mieles densas por su cuerpo.
Derrama adormecidas infusiones,
espesa la sangre lentamente para luego aletargar a los mortales.
Pasta en los sudores que alienta,
bebe de la sed que explora pieles,
deambula por cordura enardecida.
Es sabio y cruel.
Goza el descaro, la impaciencia, el terror.
Ceba ira
seducciones
luego engulle a los caídos en sus garras.
Es ánfora de aceite donde escalda a los endebles,
Lengua que pasea su sequedad entre los pliegues,
golpe de vapor insospechado,
clamor que graba el aire de candelas al marcharse.
Al cabo de los ciclos volverá.
NÓMADAS
I
Algo les quema la planta, antes dócil hábito de arena.
Algo prende húmedas entrañas desoladas.
Algo interrumpe melodías.
Algo les recuerda que adolecen.
Y parten.
Dejan lo que es ya recóndita efigie, obelisco de indómitos umbrales que calcinan cada paso con su aliento.
Tierras arrasadas por la bruma que enceguece manantiales.
Buscan.
Cuecen ojos de difunto en la sal que se agolpa a sus espaldas.
Siguen el clamor de sus heridas, la senda abrasada en la que inmolan todo rastro.
Anhelan.
Emprenden con la marcha un nuevo rostro,
otro aire purifica las entrañas,
nueva carne da forma a los afanes.
Encuentran, a lo lejos, fértil territorio,
se amoldan al perfil de una mirada.
Creen que han encontrado el paraíso.
Un camino de luciérnagas se borda entre sus pliegues.
Algo les quema la planta.
Y parten.
(Para Gabriela Balderas)
II
Parten.
Surcan nervaduras de silencio.
Las guía esa antorcha que abrasa su entretela,
esa sed que no permite un instante de sosiego.
Labran la cantera con un bermejo acento desolado.
Parten.
Son llamadas.
Algo dota a la intemperie de vestigios.
Algo hace evidente ese abismo que se agolpa en las honduras.
Un sonido, un aroma, aviva un tumulto de rumores.
Punza una pregunta por los pliegues ¿qué hago aquí?
Mojan sus cabellos en apremio,
Engarzan a su aliento nuevos cielos y un lejano ensueño que suspenden los humores.
Parten.
Aromadas, inconformes, errantes.
Inundan su torso de calderas,
celebran su rastro sobre el filo que separa los terrenos.
Un presagio en colibríes conduce esa marcha alumbrada a otra quimera.
Bordan ahí nueva existencia.
Son felices.
Algo prende húmedas entrañas desoladas.
Algo interrumpe melodías.
Algo se quiebra.
Y parten.
(Para Blanca Luz Pulido)
DOLOR
Si ves el ciervo herido
que baja del monte, acelerado,
buscando, dolorido,
alivio al mal en un arroyo helado
y sediento al cristal se precipita,
no en el alivio, en el dolor me imita.
Juana Inés de la Cruz
Indigno romper de columnas desata su acero sediento y vierte calderas de hiel por aletargados, anatómicos surcos.
Rata enorme, enloquecida, clava colmillos certeros en pez por demás vulnerable.
Ciego látigo.
Perfora con furia resquicios, invierte el código errante, corroe los huecos.
Deslumbra, certero.
Indómito ser inasible, orada la fuerza, tuerce el sentido, aspira el aliento, desarma y se va.
PIERO DE FLORENCIA, PERFUMERO REAL, CONFIESA
Inmóvil bulto soy de fuego y yelo.
Pedro Calderón de la Barca
Conjugo los aromas.
Encarno la ponzoña en la profundidad del vino, en granados manjares, en ungüentos que prometen el albor.
Certero, helado, atosigo sin piedad a quien me indican, inflamo sus sentidos sin mudar sereno porte.
Ofrezco a los incautos dulce y claro postre (me viene bien hacerlo en el postrero) que entorpece, duerme, seca, si se hace en el instante conveniente.
De fuego muerto embriago las esencias, las pomadas, solimanes, que avivan epidermis de mañana y corrompen los miembros al ocaso.
Festejo a los sentidos, agasajo al engaño que alimenta mi fortuna y la desgracia de quien toco.
Entro por la piel embellecida, el aroma seductor, el agradable gusto y alcanzo, con mi arte, a desgarrar miembros internos, infecciono el corazón, destrozo el hígado, deshilo el cerebro.
No gozo con la sangre enviciada que se arroja, con ojos de bestia lastimada, con gritos, con hieles, pestilencia.
Dejo ese placer al que ha comprado mis servicios.
Soy tan hábil, tan capaz, el mayor artífice en mi ramo.
Y ahora, entumecido, me sorprenden los espasmos, las abejas que derriban mis entrañas, los fluidos pestilentes, el ardor.
Y no encuentro la vista de quien pudo, astuto, derrocar al rey de los venenos.
(Para Raquel Huerta-Nava)
BACTERIA
Para hacer que te enamores
de mí con pasión tan fuerte,
que te consumas buscándome
sin que jamás ya me encuentres.
Federico García Lorca
Son tus marcas las que surcan mi epidermis.
Son señales de mi ausencia de este mundo.
Del poseso que se enfrenta a la cicuta de tu ausencia,
de ese hueco que no alcanza a descifrar cómo sales de la almendra que te tallo.
Deseo con avidez tus pliegues que contengan mis anhelos,
devorar uno a uno tus respiros,
arrojarme a tus pisadas y colar mi esencia por tus dedos,
hallar algún resquicio y penetrar, como bacteria, en tu interior.
Colarme por tus venas, por tus ritmos.
Infectar con mi presencia tus funciones.
Estar presente cuando comes, cuando bebes, cuando sueñas.
Ser parásito intangible, certero en mis afanes, logrando que respires mi memoria,
que en tu bilis se esculpan mis facciones,
que en tus nervios transiten mis sentencias.
Y que sean mis marcas las que surquen tu epidermis,
señales de que vives en mi mundo
y seas posesa que se enfrenta a la cicuta de mi ausencia.
DE IMÁGENES PARA UNA ANUNCIACIÓN (2000)
(EN CASTELLANO, 2012 EDICIÓN BILINGÜE, TRADUCCIÓN DE DON CELLINI)
Del ángelus matutino
(allegro)
Un estrépito de aldabas.
Sus bronces incitan clarines por las cóncavas esquinas
de la tierra.
– Despiertan del letargo altivas bestias. En los
manantiales nace la respiración del mundo.
Con su oro desperdigan por el cielo semillas de
girándula. Para el alcatraz es llovizna, para los
pichones un halcón en acecho.
Cimbran cavernas, afluentes, palabras. Resuenan
piadosas en el sueño último de un niño – el más
placentero, tocado de soles.
¿Quién irrumpe así en el aire, quien las toca?
Pasado ya el estrépito, después de dos segundos -- ¿u
ochenta años? – dijo uno:
Cesó todo y déjeme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
From the Morning Angelus
(allegro)
A clatter of doorknockers.
Their bronzes summon bugles from the concave corners
of the earth.
– Mighty beasts awaken from their lethargy. The breath
of the world is born in springs of water.
With their gold they scatter seeds from the candelabra
across the heavens. For the heron it’s drizzle, for the
chicks, a falcon in wait.
Caves, streams, words vibrate. They cause
a little boy to smile in his latest dream
– the most pleasant one, touched by suns.
Who interrupts the air like this? Who knocks?
When the clattering stopped, after two seconds – or
eighty years? – someone said:
Cease and leave me alone,
leaving my care
to the forgotten lilies.
Imágenes para una anunciación
(lento)
Vuélvete paloma, que el mensajero arde en un bosque.
Prudente. Arrodillado.
En el límite dirige su gozo.
– Ahoga en los alveolos terso aullido.
– Hace elocuentes a las járcenas.
Inmóvil presencia – existir vigoroso – pliega con su escápula el silencio.
Entre el follaje nos mira. Su rostro, como el del
jardinero que poda un árbol, muestra su piedad atrás
de un nido de tórtolas. Su aliento de irisa de
columnas; maslos nuevos de un matojo de geranios.
– Estas o vuelves o reapareces en el extremo límite.
Soy dueño de lo afín. De lo errabundo mi mano hace
luz. Si uno ambas palmas, en nuestra mirada la
cadencia se parece un alcatraz.
– No te ocultes en la almendra, no impregnes de su
piel tu vestidura, mira que el canto de tu apego
se desgrana.
(No salgas, ay, jamás paloma al campo, que no
podremos retener sus rizos.)
Despliega ahora lo entornado, deshabita de aromas de
las lajas.
Dónde ha ido tez marrón de esa semilla donde
duermes.
– ¿Qué somos, paloma, al no escucharte?
Adolecer perpetuo, sombra de la faz de su belleza
cuando parte.
(Para Elsa Cross)
Images for an Annunciation
(lento)
Come back, dove. Let the messenger burn in the forest.
Prudent. Kneeling.
He casts his gladness to the limit.
– In the cells he smothers the smooth howling.
– He makes the overhead beams eloquent.
Immobile presence – vigorous existence – he folds the silence in his scapular.
He looks at us through the foliage. His face, like the
gardener pruning a tree, shows his devotion behind a
nest of turtledoves. His breath like rainbow
columns; new stems of the geranium plant.
– You are or you return or reappear from the outer limit.
I am the owner of all kindred things. My hand creates
light from what is wandering. If I bring both palms together, the cadence would look like a heron.
– Don’t hide in the almond, don’t impregnate
your clothes with your skin, let your love song
shake grain loose.
(Oh, dove, don’t ever flee for the countryside, we will
not keep your curls.)
Now unfold what’s been left ajar, the aroma of
the flat stones removed.
Where has the brown complexion gone from the seed where you
sleep?
– What are we, dove, that we can’t hear you?
Perpetual infirmity, shadow of beauty on your face
when you leave.
De los gratos oficios
(scherzo)
●
Cocineros
¿Por qué nunca los pintan cocinando?
Si ellos dan aliento a los bocados. Consagran sal
cernida en sus trompetas. Para los comensales,
sosegados o indigestos, sus legiones disponen un
lechón relleno de castañas. Por su oficio crean en los
durmientes caterva de sabrosos – o estragados –
pobladores.
Será que entre sus artes está el secreto del Jefe de
Cocinas, que dice sin ámpula:
Dar a los nacidos en el aire un tañido de luz.
Dar a los mortales muchos granos, como a las aves.
Tal vez este afán tan desdeñado impida a los pintores
sorprenderlos desplumando perdices, amasando
harina bajo la bruma del ángelus.
About the Pleasant Trades
(scherzo)
●
The Cooks
Why don’t they ever paint them cooking?
If they feed hungry mouths. They consecrate grains of salt
in their trumpets. For diners,
satisfied or with indigestion, their legions prepare
a roast pig stuffed with chestnuts. The inhabitants –
delectable or spoiled – sleep,
well fed by the cooks.
Perhaps among their arts is the secret of the Head
Cook, who says without pomp:
Give to those born of air a ringing of light.
Give to the mortals as much grain as to the birds.
Perhaps this lowly task prevents the painters
from capturing the cooks plucking partridges, kneading
flour beneath the haze of the Angelus.
●
Jardineros
También cuidan los jardines del Supremo Jardinero.
Con su túnica dan lustre a plantío de alcatraces y
animan por el bajo blandos granos, como en un
invernadero.
Velan por los brotes, el ocaso, el adulterio. Ajustan el
tramado de la hiedra, azafranan los pistilos y los ojos
del doliente, matan los gusanos con incienso.
Venden a mortales sus extractos amorosos. Con la
esquirla de cuerpo que reciben, injertan sus
magnolias y obtienen nuevos bálsamos que empapan
la sangre de ponzoña, hacen a enemigos lamentarse
como ovejas o injertan de insectos las arterias.
En jardines sí los pintan, aunque no de jardineros.
●
The Gardeners
They also tend the gardens of the Supreme Gardener.
With their habits they polish the heron’s patch and
with their hems encourage the pale seeds as if in a
greenhouse.
They keep watch for new shoots, sunset, adultery. They foil the
plot of the ivy, dye pistols and aching eyes
with saffron, and kill worms with incense.
They sell their amorous extracts to mortals. With the
splinter of bone they receive, they graft
their magnolias and tap new balms that absorb
poisonous blood, they make enemies lament like
sheep or they graft arteries of insects.
Yes, they paint them in the gardens, but not as gardeners.
●
Regresan los cocineros
¡Quién dejó su música por guisos!
Rossini, voraz de trufas, mirando desde su cocina una
cigüeña. En Pesaro, entre quesos y oratorios, siente
en su puerta la llamada de los ángeles.
Dan visas de entrada al recinto donde surten al mundo
de fruiciones. Y muestran, entre el vaho, los misterios
de aliñar a los infantes, hacer uso de mandrágoras y
abrir gloria en el cielo de la boca.
Un amigo suyo dijo que un bocado – o una cucharada,
no recuerdo – provoca un nuevo ensueño si es
cambiado de lugar en la cadena que lleva al paladar
los alimentos.
Si crean los manjares de la noche, arrebatos del virtuoso
y remotos pasatiempos en los niños, ¿por qué nunca
los pintan cocinando?
●
The Cooks Return
Who left his music for stews?
Rossini, voracious for truffles, watching a stork from his
kitchen. In Pesaro, between cheeses and oratorios, the call of the angels sits at his doorstep.
They give entry visas to the site where they supply delight
to the world. And they show, within the steam, the mysteries
of seasoning for royalty, how to make use of mayapples and how
to release glory in the heaven of the mouth.
A friend of theirs said that a mouthful – or a morsel,
I don’t remember – causes a new dream
if the order of the courses
is rearranged.
If they create the delicious food of the night, halleluiahs from the virtuous
and faraway pastimes in children, why aren’t they ever
painted while cooking?
●
Panaderos
Y ellos, si los hay, son panaderos, e insertan en el
centro de sus bollos un anillo. Así al tragarlo alguna
niña sospecha que algo alado e invisible corrió por
los pasillos de su casa.
Crearon las almejas de alta concha azucarada, las tersas entrañas de la miga,
incluso un bizcocho extenso y glaseado. A ese lo pusieron en el cielo por la noche.
Así alumbra sus hornos con bruñido manso u fértil e imprime en el aire un
aroma anisado.
●
Bakers
And they, if any, are bakers, and they slip a ring into the
center of their sweet rolls. That way, when some suspicious little girl swallows it, she’ll think that something
invisible and winged flew through the hallways of her house.
They created clams of tall sugar shells, the calm itself of fine crumbs.
And even a giant iced cake they put it in
the heaven at night.
This way, their ovens are lit with a calm, fertile glow, giving the air an
aroma of anise.
Dorfán
(solo, airado)
Llega sigiloso para todos, nadie se percata de su
arribo, sólo quien espera ya su anuncio.
Lanza dagas a las ingles – injusto – goloso de fluidos.
Es entonces cuando sorbe el sudor del moribundo, el
sollozo de quien vela a su lado – si hay quien vele –
y sopla hacia otro extremo la giralda del los cuerpos.
Toma luego un alazor y decora con sus jugos las
entrañas y los ojos.
Su deleita en la indolencia, en la industria de insectos
que ulceran, en inútiles, coleadas del enfermo para
echarlo. Mil veces maldito y sin embargo servidor de
alta casta, cocinero inspirado (adoba el lento cuerpo
para íntimos festines).
Y no es el más veraz. Posee compañeros que se
ensañan con la espera y lo amarillo de la vista: otros
que prefieren breves tajos, no por eso menos
dolorosos.
Cuando parte lleva a alguien, pero deja los jardines
devastados.
(Para Mario Santillán, in memorium)
Dorfan
(solo, angry)
He arrives in stealth for everyone; no one notices
his arrival except those expecting him.
Dagger spear to the groins – unjust – sweet fluids.
It is then that he sips the sweat of the dying, the
sobs of the one who keeps watch beside him
– if there is someone watching – and blows the weather vane
in the opposite direction of the bodies.
Later he takes a saffron flower and splashes it
with the juices of the guts and the eyes.
He delights in his insensitivity, in the industry of bugs that ulcerate,
in the useless flailing of the sick in order to
toss him. A thousand times cursed and yet server
of the higher caste, inspired cook (slow marinade of flesh
for intimate banquets).
And he is not the most voracious. He has companions
tormented by wait and yellow sight; others
prefer short cuts, no less painful.
When he goes, he takes someone with him but leaves the gardens
in ruin.
Farión
(solo vehemente)
No buscaba ni ciencia ni sombra
confín de carne y sueño,
buscaba otra cosa.
F.G.L.
Demorado animal, acecha con su sombra al elegido
hasta perderlo entre los sueños. Entra en la sangre,
rotundo granizo, despoja la película de toda seña,
mira con cuidado cada monada, cada vello, cada
mancha imperceptible. Busca en las palmas no el
destino, el secreto.
Desea con avidez la carne humana; hundir sus dedos,
como peces, en el limo de la piel; rozar la parte
interna de los párpados, sorber todas las resignas
segregadas.
– Otras veces, se desplaza en torno a quien acosa por tres veces, dejándolo
hechizado.
Busca custodiar a los más viejos, leer codiciosos entre los
pliegues. O escarba carnes infantiles, siempre a la
caza de señales.
Cuando le han quitado el cargo, por sospecho de sus
actos, se instala de aprendiz de alguno de esos
hombres que dedican sus horas a tatuar cuerpos
ajenos. Descifra las múltiples lecciones de las marcas.
Con delgado buriles saca esquirlas que olfatea.
Perdiz, busca las rendijas mas inexploradas el
enigma que lo mueve.
Es sana distracción de la ser taxidermista. Aprende
trucos para conservar la cutícula que explora. Acecha
a los amantes, capta el momento justo en que
segregan aroma de cebolla. Con él impide la
fermentación de los restos que almacena. También es
buena la sal de los artejos y el extracto de canela de
los glandes encendidos.
Farion
(solo, vehemently)
No buscaba ni ciencia ni sombra
confín de carne y sueño,
buscaba otra cosa.
F.G.L.
Poised, the animal lies in wait for his victim
until he becomes lost in his dreams. He enters through
its blood forcefully, robs the film of any sign,
looks carefully at each lovely thing, each fine hair, each
imperceptible stain. In the palms, he’s not looking for
destiny, but rather a secret.
He is greedy for human flesh; to sink his fingers,
like fish, into the slime of the skin; to rub the
inside of the eyelid, to suck all the secreted
resignation.
– Other times, he circles his accuser three times, leaving him
spellbound.
He tries to take care of the oldest ones, eagerly reading between their
folds of skin. Or he scratches infant flesh, always
on the hunt for signs.
When he has been removed from his task, because of his suspicious
behavior, he’s assigned as an apprentice to those
men who spend their time tattooing foreign flesh.
He decodes the many lessons of the marks.
With thin tools he extracts smelling splinters.
Partridge, he searches for the most unexplored cracks in the
enigma which moves him.
It’s a healthy distraction from being a taxidermist. He learns
tricks to preserve the membrane he explores. He searches
among lovers, capturing the exact moment in which
the smell of onion is secreted. With it he prevents the fermentation of the stored remains. Salt in the arteries
is also good, as is the extract of cinnamon from
the hidden glands.
He’s an expert at smells, in scents, in bodily seasonings.
He knows about sugar obtained from distilling the blood of
a newborn, of the many essences extracted from the flesh.
Moved to rage by scars, by licking with his
tongue the light that breaks the scab,
moved to toll slime in the sores that enter in the
folds of the palate.
He knows each spot on the patch of skin, tries
to understand the location of moles, unravels his work
to find some thread of the answer he cannot reach.
DE UMBRAL A LA INDOLENCIA (2009)
Si logras que un gato te mire a los ojos
y miras muy fijo en los suyos
y sientes que el oscuro ronroneo
pasa a tu cuerpo
y vibra cuando respiras
y ves que no es confuso,
sino parte de tu piel y tu mirada.
Y ves más fijamente
y los colores de su iris van cambiando
y brillan. Pero en el centro
la pupila, alargada, crece
y se entreabre
y te muestra
sus jardines, los rumores que lo inundan,
los pliegues pequeñitos de las cosas
que son grandes y flexibles y misteriosos
y te llevan a otros mundos, con colores y sonidos
y sensaciones que no sabías que existían.
Pero si te asustas
y cierras los ojos,
pierdes el mirar fijo y el ronroneo.
Y él parpadea
y se cierra esa puerta
hasta que vuelvas a lograr
que un gato te mire a los ojos
y mires muy fijo en los suyos.
Tirado de barriga
frente al gato tirado de barriga.
Mi cara en su cara
sus ojos en mis ojos
y las dos narices juntas.
Como espejos.
Como sombras.
Porque el gato es negro y es como mi sombra
pero sus ojos brillan y dicen cosas.
Dicen que la luna no es un foco ni un conejo
pero sí un ojo de gato que reluce
y que a veces, como él, se duerme.
Y todos los gatos se llaman como el gato,
con su nombre secreto
que me dice suavecito
en su lengua
para no olvidarlo.
Cuando tañe una campana
se abre un camino en el aire
y una llama cruza entre los vientos
mientras reverbera el eco.
Cuando tañe una campana
un cuchillo alado parte en dos el tiempo
y abre una grieta luminosa
por donde se cuelan pétalos y aromas
y un calorcito se respira
y late dentro de nosotros.
Cuando tañe una campana
las estrellas se detienen un momento
a escucharla
y las bestias aspiran su presencia luminosa.
Cuando un gato te mira muy fijo
y maúlla alto, claro, diciéndote un secreto,
tañe una campana entre los pliegues de los mundos.
Un gato luminoso deslizó sus huellas por mi sueño,
rondó el espacio en el que habito,
encendió con rumores las bujías
que pensaba fundidas para siempre.
Trajo en las pupilas el remedio
que ayuda a atravesar todo abismo.
Entre el pelo de su lomo
vivía una legión de seres asombrosos
siempre listos para el tósigo, las alas
y el balance sempiterno de las lunas.
Su luz alimentó los pliegues de estos muros,
hizo cóncava la almendra en que reposo,
bordó mil manantiales al contacto de sus patas.
Ahora, que emprendo nuevamente la marcha,
vuelvo el rostro hacia el lugar donde solía morar
y veo al gato iluminando la ventana.
Cierra los ojos.
Comprendo que se ha ido.
DE PEQUEÑO BESTIARIO ÍGNEO (2016)
TIGRE
Porque lo bello no es nada más que el
comienzo de lo terrible, justo lo que
nosotros todavía podemos soportar.
Rainer María Rilke
Cólera dormida, retráctil alfabeto en llamas.
Peso, brillo, áurea talla.
Amamanta con luz a sus cachorros.
(Vivas llamas en quinqué,
inquietos resplandores custodiados por cristales).
Indómito ángel, cuerpo que es silbido, que es antorcha al penetrar la selva gangrenada, al erigir clamores que calcinan, arrasan, transforman todo cuanto arde con su paso.
Empaña el mercurio con furor de miradas. Iracunda adolescencia -adolece
de sangre.
Su belleza paraliza.
Luego el nombre que encarna en la carrera, en los músculos que abrasan.
Dentellada, como flecha, en la garganta.
Cuando duerme huele a sangre.
(Aunque uno de su raza dijo que el olor era de sexo y carne macerada).
Se escucha el crepitar de sus pulmones, el aire se enrarece de la esencia macilenta de la presa.
Cruel kratofanía.
Gorgona.
Es cautivo por su imagen cuando astuto encantador ofrece a sus ascuas un espejo bañado de alcanfores que invierte el papel del exterminio.
La bestia es seducida.
Su hermosura la destruye en el reflejo.
ÁGUILA
Lúcida entrega surca los aires.
Clava sus firmes pupilas en ojos que atisban pasmados.
Hoguera que incendia la aguda mirada.
Vence fronteras, licua el camino de aire entre ella y la presa inerme. Impele sentidos a entrar a esa gruta -fascina, alienta- y perder voluntad en pos de su flama.
Escalda, traspasa la carne, se incrusta entre pliegues, se funde al aliento, penetra el enigma que encubre vehemente el tocado por ella y vislumbra su muerte en los ojos certeros.
Abandona el combate, suspenso, prendado.
Se entiende postrado sin previa batalla, cautivo de ese hálito extraño que emana de ojos.
Y ve con horror cómo crece, en su entraña, pasión que madura al calor de la vista.
-Al igual que los huevos del águila, que crecen merced al calor del acecho que posan sobre ellos sus padres.
Intuye a la caza rendida. Sutil, lame con brasas que escrutan el alma que aflora.
Sabe, vidente, qué puede esperar del sujeto al que acecha y se rinde.
Sonríe la mirada e inunda de brillos su entorno, se mira en espejo de albores del otro, abatido con él, mirado, mirando.
Se crea la luz.
DRAGÓN
Draga con furia el acanto.
Duerme en la ira profunda que dora el repliegue al nombrarla.
Cientos de dracmas son catre de fuego, al pie de dramáticos dragos que expanden su sombra al cuadrúpedo errante y derraman certeros la rabia en el árido aliento del sol.
Drac.
Sonido que arropa a la dríade.
Drac.
Ronquido que avisa al certero carcaj del rastreo.
Arriba a su presa y escuece en su fauce las garras dormidas, la cola entreabierta en punzones.
Drac.
Se ahoga el rugido en su lava.
El cruel cazador drena brasas que expele en alvéolos.
Separa del pecho la entraña latiente que come y alienta en su temple el ardor.
Con sucio cuidado levanta las carnes, prepara la piel para togas que humillen vehemencias.
Drac.
Destaza a la bestia, saquea su cama de oro.
Olvida la testa, mezquino.
Acarrea su perjuicio, quiebra las leyes.
Sufrirá de por vida mil trances.
Desvelos sin fin donde escuche el tronchar de sus huesos, el ruido incesante.
Drac.
Drac.
Drac.
Drac.
Drac…..
LUCIÉRNAGA
Mínima hoguera de silencios,
rastro de pupilas imantadas tras tu nube.
Gravita en tu presencia mansedumbre, besos que encienden el aire en torno a los troncos.
Fuego alado
estrella baja
tañido en luz
bendices con tu paso, alumbras el camino por la fraga.
Tu sendero se refleja en las alturas, láctea vía que es espejo del andar hacia las brumas.
Marcas el camino al brasero, al fuego interno que se asoma a ver tus luces.
Bermejo capullo.
Ven y enciende esta noche anegada.
COLIBRÍ
Esfera alada, corta incertidumbres en el aire.
Sutil combustión en las alturas, cosquillea la epidermis de la brisa.
-Es enigma cómo pudo el corazón, tan alojado, dotarse de alas y salir a las alturas-.
Nunca para el compás de su acento.
Su fuego sólo nace del rítmico aleteo concentrado.
El reposo, en su vuelo, se desata, multiplica las miradas, los caminos.
Vierte con su activo fundamento un refugio que abre, en el pliegue del viento, a los amantes.
Es experto en vapores, en efluvios, en aliños corporales.
Sabe del azúcar conseguida al condensar la sangre en
un neonato, de las múltiples esencias extraídas de la carne.
Lo impulsa el furor por cicatrices, por tocar con su
lengua la luz que se desprende al desgajar las costras,
tañer el légamo en las llagas, adentrarse en las
alforzas del paladar.
Conoce cada punto den el tramado de la piel, busca
explicarse el lugar de los lunares, deshace los tejidos
para hallar, en algún hilo, la respuesta que no alcanza.
CIERVO
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando y eras ido.
San Juan de la Cruz
Ráfaga de fuego
hiere la memoria.
Arrobo que roba la paz al que atisba esa fuga de bestia que es árbol en llamas, que es río palpitante de anhelos.
Consume el veneno a quien mira, al lejano aliento deseado.
Enfermo, llagado, el pozo que añora ese oscuro bramido, calcina en su flama la ausencia.
Adolece.
Lo turba el paso intuido, la búsqueda atroz del vaso que arde.
Te anhelo como tú a las fuentes, esquiva melodía que es tan dulce por estar al otro extremo.
Bello, inalcanzable, efímero clamor que surca mi dolencia.
Tu pliegue desgarra el tajo tan cruel del ensalmo.
Preña con tu vista mi impaciencia, sáciate bebiendo este delirio que tú mismo inoculaste tras la marcha.
Quiero poseerte hasta los huesos, doblegar la cólera encendida de esa cuerna, abatir el lenguaje de tus belfos, ser la letra de ponzoña que en tu lengua sobrevive.
Rasgo mis yemas al tocar tu argolla en llamas. Ansío tu imposible regreso, tu aliento que sacie en mi sed el alma calcinada.
Soy la fuente y el veneno. Eres hiel y manantial.
Acaba ya, dulce, perdido, y llévate mi ser en tu carrera.
TORO
Es bestia hecha de lava congelad
Magma a punto de emerger por esas fosas.
Arde violenta en las lumbreras con que acecha.
Embiste.
Ataca.
Con la fuerza que le emana desde el centro de la tierra.
Con la rabia insomne e insondable
que posee a quien lo observa.
Es la muerte ardiendo entre sus cuernos.
Es el fuego primigenio
que en pelaje de obsidiana
–magma al fin de cuentas-
nos arroja al abismo ígneo del que emerge.
CABALLO
Cabalga cortando el resuello.
Es ráfaga y ritmo de cascos esquivos que invade de chispas la estepa.
Lame esa crin las cimas del viento, enciende su frágil corriente de almendras.
Inunda en aroma de sándalo el polvo que salta a su paso.
Equus Fulgurae es su nombre en la ciencia.
Canela humeante, asciende en bermejos acentos la cuesta del aire.
Las patas trafican hogueras, los belfos calcinan su entorno en el soplo.
No es golpe de furia.
Es preludio a tormenta que acosa al que observa en ventiscas lejanas.
Carrera que invita a perderse en aquél torbellino en que trepa la bestia.
LEO
Qué pasa si su rítmica amapola
cede ante el tsunami de los genes
y en plena involución de su presencia
cierra lentamente la corola
y el pétalo se estrecha hacia su infancia
hacia el botón de sombra, la potencia
la idea que de flor preexistía
la almendra de que surgen sus rumores.
¿Podrá el mullido cuerpo soportarlo?
¿Podrá regia cerviz seguir al aire?
Dejemos este fallo a otra Conciencia
e intentemos cuidar ese refugio
que impregna de murmullos la amapola.
JABALIES
Son legión y son la muerte.
La tierra se acongoja con su paso.
Trote ungulado, huellas que son cráteres exhaustos. Nada crecerá tras de su avance.
Siete veces siete ciclos han corrido. Fieras bajas, piara agreste con eréctiles pelajes.
Qué potencia dio el Porquero a esas patas.
Qué consigna de yermar y expeler entre colmillos los vapores.
Corren, queman. La furia de los dueños se perpetra, la sangre de los prados se calcina.
Quien coma hierba o fruto circundante, ve explotar sus vísceras, expira entre vómitos y espasmos.
Toda agua agitada por un golpe de pezuña envenena con gases al que pasa.
Corren, bufan, arremeten, siete veces, siete ciclos.
Se acercan sus llamas.
DE TOCAR TU ARGOLLA EN LLAMAS (2018)
CERILLO
Fósforo estalla.
Sustento.
Exhibe su chispa en heroico flash-back que despunta.
Conífero mártir gruñente.
Se vuelca en conflicto
traspasa la euforia
termina su vida:
susurros en off.
VELA ENCENDIDA
Flota.
Ondula fluctuante en falto de luz territorio.
Lucífera línea
envuelta en letal tesitura.
Melódico arranque que en calmo abandono a la letra
ostenta dulzura de miel enlutada
que tiembla cubierta por mantos azules
por formas de glauco y fluyente fulgor.
Velada paciencia que baila.
Pequeño cubil de confluencias
flirtea en ofídico avance
flocula los cauces frondosos.
Oficia ululantes misterios que inspiran
lamentos en óleo
tersura de flámeo en la vela.
Su planto resbala e irónico aliento
acerca el soplo que funde el pabilo a la umbría.
RELÁMPAGO
Rasga el vientre
de incólume bestia aérea.
Fragores que rugen.
Estrépito marca con furia su rastro de fuego.
Estraga los pliegues.
Fractura el instante
eterniza el segundo en que estalla.
Azota la puerta al salir.
FRAGUA
Trabaja la lengua al son de metales airados.
Golpea con vehemencia los huesos, las médulas que arden gloriosas.
(¿Qué dice Francisco al respecto? ¿Que vierte su ira en martillos, que ama el descaro plagiario?)
La furia consume, los pliegues se forjan.
El ritmo, el aroma son sangre: son alma.
Enjuto, padece el sujeto, lo prensa el fragor que calcina.
Fragua en su embate es la vida.
CENIZA
No sueña: respira. Nocturna de frágil cimiento, untoso abandono a la cifra.
Sutil soledad al acecho:
¿Serán los arribos del ave que siendo gusano resuena al cabo de días sus flamas?
¿Será degustar el arrobo de frágil memoria, humores de fuegos lejanos?
¿O aguarda que viudas y ancianos cubran la frente en sus lutos?
Respira y espera.
Espira e inhala.
Silencio que arropa memorias, deshechos, arcanos.
Consume su aliento en renuncia letal al latido.
MUJER QUE GOZA AL PENETRAR EL HUMO
Vierte al fuego las resinas.
Inunda el claro con vapores de maderos, secreciones, asaduras.
Se pierde en ese pliegue que se orada en la montaña al elegir los animales, las breas, flores, juncos, pulpas, raíces olorosas.
Danza jubilosa entre el humo.
Aspira.
Impregna los muslos, los pezones.
Siente penetrar por sus resquicios ese aroma que satura su delirio.
Regresa a la aldea cuando se ha extinguido la emulsión.
Pasa al lado de ese hombre que la embriaga aún más que sus mezclas vaporosas
y él se prenda del aliento que la envuelve.
Se entrega, rendido, a ese cuerpo ahumado, perfumado.
J. BEUYS SE INTERNA EN LA HOGUERA DEL HORIZONTE
La ceniza da cuenta del incendio.
Soy ceniza y soy miel y tres vasijas
que encaminan al ocaso sus señales.
Y soy yo entrando ahora a otra hoguera donde un libro me dicta proteger la flama
y me pregunto cómo cuido aquello que me abrasa.
Y soy yo en el avión envuelto en llamas cayendo por jirones de aire,
después envuelto en grasa y fieltro.
Oruga, invertebrado.
Como el ave que calcina sus emblemas y renace en turbia larva lubricada.
Y soy yo encendido por ese pensamiento que es destreza y es creación,
que inflama mis sentidos y mis obras, y mis manos.
Y soy las tres vasijas donde viajo entre mieles a fundirme, al fin, ceniza con la flama.
CASANDRA
Debió saberlo al disfrutar la escena:
a su paso, en la cuadrilla, una yegua se desata.
Incendia el viento, enloquecida.
¡Libertad! Dijiste, ¡Fuego!
El fuelle interno, en su entretela, lo clamaba,
pero ella no aceptó el presagio.
La yegua es perseguida con saña por los jacos
cesa el trote hasta llegar al precipicio,
cae hincando cascos candentes al viento.
Nadie dará oídos a tu aliento, frenética virgen alumbrada.
Nadie advertirá en tus ojos asidero.
No posarás tu cabeza hasta expirar.
Quien rechaza al sol,
a sus arrestos desatando la piel,
a sus destellos insertándose en el pubis,
sufre punición de altos rangos.
Siendo esclava de la duda morirás.
ÍCARO
Afán por la inasible e insaciable pira.
Vértigo de espada ardiente que me imanta, arriba, más arriba, al centro mismo del embudo que embate el arrojo, la quimera, y doblega con un soplo los alardes.
Ímpetu doblado, vuelvo a la jugada.
Engaño al que dirige los ataques, celoso de mostrar algún secreto.
Solazo mi deseo con los atisbos de un cosmos alterno, henchido de misterios.
Ya gusto sus destellos, ya siento la escritura a otros vedada, ya vienen a hurtadillas sus rumores.
Dilatan maravillas mis anhelos.
Vuelca el tropel de aguijones la escasa ruina de mi cuerpo henchido.
Caigo, sí, pero ahora sé el secreto.
ACECHO A LA RAZON
¡Oh inteligencia, soledad en llamas
que todo lo concibes sin crearlo!
José Gorostiza
Ardiente afán por lo inasible.
Cegado tímpano de espejos que consume esta epidermis arrogante en su precaria ingravidez de rosa.
Oscura cicatriz de la memoria –exigua validez de cosas muertas- oprime inútilmente a la materia que
arisca,
sola,
bifurcada,
huye de esos tórridos confines, se oculta a la rendija que la explora.
Trucha que se escurre de entre puños llevando su presencia hacia el olvido.
Mientras
Austera, estéril, coronada, la razón prendada de espejismos clama ávida en su légamo de escamas. Abrasada, sí, por deseos caducos –concebir lo incierto-, por esos pies de barro que sostienen, crudos, su altivez omnipotente.
Qué ríos de emponzoñada sangre manan de impotencia, qué vientre reventado sin parir.
Círculo vehemente que no alcanza lo que atisba su linterna.
Triste mote, sapiens, para el hombre. Se cree hacedor del mundo, y no puede crearse ni a sí
mismo.
NOCTURNA PERSUASIÓN
Nocturna ocupación de los sentidos, que enciende de rumores la epidermis.
Despliega la elocuencia de un aroma y pliega en los alvéolos mil sabores presentidos, mil tormentas anunciadas en asomos de abordaje.
Un sigilo de entretela se cierne sobre ávidos tizones.
Ser adictos al aroma de pantera que emana de los cuerpos, al vértigo que embriaga todo tacto incapaz –aún- de bogar a libre arbitrio entre alforzas.
Arte exacto que involucra lluvia y yemas, el cómplice latido del contrario.
Nocturna ocupación de los alientos, entrelaza sin tregua ambos furores.
Abrevan en el fuego que se escinde cuando espiran.
Inundan de profanas oraciones cada poro que se cruza, cada trozo que se funde por los vahos.
Mansa ponzoña, arranca voluntades.
Suave acero, marca miembros transitados, paraliza al contrincante en esteros de amapola que surgen de entre labios.
Nocturna ocupación de las entrañas, presiente al otro cuerpo en los resquicios.
Ansían las células su soplo, ritmo interno se preludia, se acompasa, vierte a un tiempo sus fluidos y el coso se atempera en herrajes que acrisolan.
Palpitan los rumores soterrados.
Nocturna ocupación que nos seduce e inclina los baluartes al arroyo.
Enciende recovecos aturdidos, incita a la piel, a sus ranuras. Ofrece de sabores un retablo, de pétalos los párpados se embriagan.
Nocturna ocupación es la palabra. Invade cada pliegue de sentido, templa todo vello, todo artejo, cada huella inasible.
Envuelve a quien la alienta en las vísceras de un higo, en sutiles espirales que desprenden los rescoldos del silencio.
(Para Ignacio Escárcega)
MALEZA
Artera piara que sorbe de la entraña todo néctar.
Férreo estigma, mueve al que lo lleva a profanar mil pétalos en marcha insostenible hacia la nada.
-Miento, no camina hacia el vacío:
Hay línea y es concreta.
Concreto el ser al que se odia.
Concreta la dolencia que lanza a abatirlo.
Concreto el desenfreno de la ira.
Y es hedor que enrarece la mirada,
ponzoña que hierve en cada poro,
punzón que entresaca mojones de las vísceras.
Quien odia no vive.
Sufre la gangrena progresiva de su sangre,
Siente cómo su aliento se avinagra azuzado del tizón que lo corroe.
Muere a cada paso que lo interna en la maleza.
Pierde la razón entre esas ramas.
(Para Jair Cortés)
ANA DE LANCASTER IMPRECA
Maldito,
dijiste,
y tus palabras lacraron el silencio.
Juraste
y la tierra se inflamó de estrías.
Su sangre infecta corre ahora por la tuya.
El semen imprecado te anega cada ocaso.
Tálamo de injuria a la que ceda en tu recinto.
Tiemble todo ser ante tu cólera.
Tiemblen las alturas y sus ciclos.
Fulminen tus entrañas con sardonia,
yo misma la pondría en tus ojos, tus oídos, tu prepucio,
en las narices y los labios.
Veré con alegría hervir tu carne,
heder pútrida lechilla de tu centro.
Después de un último alarido, cesarás con rictus no deseado,
sonriendo para siempre por tu muerte.
Fulminen igualmente a tu consorte.
Crujieron tus denuestos,
fieros soles desangrados
y al acto se pudrió tu brazo izquierdo
como el suyo.
El vientre de tu hogar fue calcinado,
los muros se infectaron de alacranes
y los árboles llagaron en su rostro tus insultos.
Yaces ahora entre sus brazos
eres fétida, infeliz y detractada
por tu lengua que añora su inminente sepultura.
(Para Julio CésarToledo)
ESTÍO IMPLACABLE
El hombre no sabe que no es tiempo de morir.
Es esa mañana en que la piel se turba de rocío
y las puertas flanqueadas por hechizos han abierto un verde escalofrío
en la imagen reflejada de la impúber.
El hombre tiene hermosas manos,
capaces de inundar de melodías lo que palpan.
El hombre prefirió las garras,
herir a quien se acerque demasiado,
hendir su garfio en los rescoldos del murmullo.
El hombre no lo habla, no tiene a quién decirle que se esfuma,
que no ha podido sujetar la cafetera.
No tiene a quién contarle que ha olvidado
el arte de calzar las zapatillas.
El hombre vio de cerca la hermosura, la tibia cercanía del abrazo.
Después volvió su rostro, negó en su aliento los destellos
que impregnaban sus entrañas.
Ahora sólo ve brotes sombríos.
El hombre está surcando los pasillos de su casa
y siente que el vacío lo tragará al caer del barco.
El suelo se dilata y se contrae, subleva la cordura del que pisa,
y él que ha olvidado qué hace el pie para entrar en la pantufla.
El hombre tiene miedo a quedar prisionero de las formas.
Por eso teme amar, ser amado, por eso aniquila lo que ama.
La herida que él creó lo calcina en el costado,
ha negado la mitad que lo conforma,
por eso camina torcido,
por eso tensa la quijada,
por eso estruja la entretela.
El hombre repta, bestia con aliento entrecortado,
con retumbos en su pecho que no cesan.
Un ave desquiciada lucha por romper el esternón,
mil arañas muerden con encono el brazo izquierdo.
El hombre muere solo, en ese pozo de inmundicia que ha creado.
Muere descalzo, cuando el trébol tañe las pestañas del cordero
y resuenan por la brisa los conjuros de las hadas.
El hombre pudo ofrecer un discurso de luciérnagas,
hacer brotar el sol con su mirada,
trocar la infamia en goce
henchir la sala con espejos.
El hombre se entregó a la ira,
al insensible pisotear espaldas,
al júbilo violento que circunda el estertor ajeno.
El hombre está solo, vive solo, no necesita a nadie.
No hay nadie a quien hablar, nadie a quien pedir ayuda,
nadie de quien despedirse.
Sólo hay objetos, cercando el cuerpo ya vacío.
Eligió la soledad y sus penumbras
el cómodo sitial de los perfectos.
No tolera a los distintos,
no comprende sentimientos ni ternezas,
hiere con sus burlas al que pasa,
juzga sin piedad al liberado,
da cátedra de odio a quien lo escuche
y proclama absoluta su verdad.
Machaca con dientes de arrogancia al disidente.
No echarán de menos a ese hombre.
Los vecinos dicen que es anciano, correcto, taciturno.
Sale poco de su casa y no recibe a nadie.
Condena el barullo de los niños, el soplo en torno a la cintura de las chicas,
la amable catadura en la tendera.
El hombre no cumplió su cometido,
no quiso aprender suaves lecciones,
negó el único motor que lo impulsaba.
Habrá de regresar a reparar lo andado.
No es piadosa la estación con muertos solitarios,
ya traerá el hedor al vecindario,
ya vendrá el forense a levantar las actas.
Después despegarán del piso
el rostro más oscuro de la muerte.
DE KRATOS (2022)
SILENCIO
Arde el espacio que no habitan los sonidos.
El aire se espesa en la plúmbea cercanía de tu presencia.
En silencio,
si,
la pira resplandece.
La preña el fuego en el instante que precede a la palabra.
PLEGARIA
Alzo mi verbo ante tus llamas
pido a ti el inicio del incendio.
Sólo cuento con mi boca
sólo tengo una voz que impreca los abismos
único artificio mi alfabeto contra el pozo
contra el piélago que draga los anhelos.
Red de letras que intenta abrazarte
como Tú abrasas mi impaciencia.
Clamo tu mirada
pido tu semblante
espero tu respuesta.
FERG
Canta fuego en las entrañas
su único alarido incesante
enfrenta a los profanos
al terror que engendra
el chirrido en ascuas de su aliento.
Hierve médula arrogante
y el súbito fragor de huesos
funde la nevada a nueve metros de su estampa.
Baja el invencible por laderas
henchido de ardor sacro
ávido de sangre
dispuesto a devorar
cabritos
infantes
campesinos.
Poseso
enfurecido
después de haber decapitado a los intrusos.
¿Qué barrotes sostendrán la ira de este lobo enloquecido?
¿Qué muros podrán contener su embate?
Baja
tumultuoso
homicida
abatiendo los arbustos con sus ojos
desgajando los peñascos
hiriendo la llanura con la rabia que escurre de su belfo.
Un ejército de jóvenes desnudas compite en inocencia con la nieve.
Tres veces tres, trescientas treinta y tres doncellas.
Tres veces tres cántaros de agua helada.
Trescientas treinta y tres albercas enfriando la cólera del héroe.
La bestia va cediendo.
Su sangre es soltada por los dioses.
Su carne es abatida por el frío.
Baja la carrera al penetrar el pueblo.
Cuando llega al templo
a ofrecer sus presas
ya es
nuevamente
un hombre.
(Para Julio César Toledo)
KARIB TI
Caigo hacia tu centro,
mirada que abrasa el horizonte.
Pendo de tu oreja con vestigios de serpientes que repican al ocaso.
La garra avanza. Inmóvil.
Paso que incinera la grava con tus garfios
y asienta quieta gravedad eternamente.
Vértigo.
Abarcas el aliento retenido en tu inmenso ijar de piedra.
Clama por los rizos inasibles de tu barba el veredicto.
Bestia alada, lengua encendida.
Bendices arrasando la memoria.
Calcinas con la cifra manifiesta.
SARA´AT
Y el golpe de tu aliento lamió mi carne.
Fiero túmulo de lumbre, embrión de quien nos pare cubierto de hogueras.
La marca me hace odioso a los mortales,
tu augusta dentellada resalta el horror de estos espejos de pútrido reflejo
en que se miran.
Imposible volver a jugar con la pelota.
No tendría ni fuerza ni amigos para hacerlo.
Tiras los jirones,
partes el silencio con su hedor,
inundas catedrales de alaridos soterrados tras mis huesos.
A cada paso las puntas de mis dedos besan adoquines.
No siento cuando el filo corta extremos.
Me destejo.
Cruel, tu paso ungulado dejó certeras huellas en mis miembros.
Tus cuatro alones me han llagado.
Las pústulas quedaron tras tu abrazo.
¿Qué hizo que de mi te acordaras?
¿Por qué vestir de lepra mi inocencia?
Ahora ya no siento,
veo cómo deshilvanas mis confines
tirado
olvidado
cercado en este mar de afasia.
Recorro las vértebras de tu asalto para
por fin
desandar el camino de tu gesto.
Para Álvaro Chanona
MAL´ĀK
I
Baja pastor la pendiente
(una oveja se ha perdido:
la que hacía anillos de humo con su lana)
incrusta su sandalia en los peñascos,
resbala por las rocas aceradas.
Sólo tiene vista para el paso subsecuente,
pero escucha
hacia el fondo
un balido de niebla estremecida.
Avanza a cortas huellas por la gruta.
Sólo hacia el fondo hay una grieta luminosa
y cree escuchar suaves latidos en su centro.
¿Será la oveja que desgrana, exhausta,
su rizada ceniza en ese claro?
Se acerca, y el aire muda a dulce.
Se parte ante sus ojos: colosal melocotón.
La piedra que pisa se transforma en tersa piel de fruto
perfumada
Y en el centro no hay semilla,
sino un arbusto que arde,
que hiere con su llama el vientre de la brisa.
El zarzal no se consume
y una voz que emana atraviesa los sentidos
se instala en la memoria del pastor:
Descálzate, hombre,
reverencia.
Siente en la epidermis de tu planta
el cántico de un rincón sagrado.
Soy aquél que me ha creado
y soy su mensajero.
Soy quien traza las estrellas
la voz que recorre el firmamento
e informa rutas
giros
contradanzas.
Soy la acción creadora
y el bramido que ejecuta las sentencias.
Hierve el tramado de venas en el cuerpo del pastor.
No puede contener suplicio que tortura con fuego sus entrañas.
No respira en medio de esa pulpa ardiente y olorosa.
Su cayado lo ataca en forma de áspid.
Su piel se desgaja con el golpe del Excelso
Clama por su vida al monstruo de la zarza.
Ve ahora,
Que tu lengua sea
mensajera de este heraldo.
Emisaria del Señor y de este siervo.
Y que el brillo de tus ojos
devaste
calcine
enferme
salve.
Y tu estirpe sea brasa
que consuma y se arrase.
II
Es la luna oscura.
La noche en que la sombra destruye
reaviva
y el gato de penumbra frota su pelambre
sobre aquél que intenta pasar a la intemperie
las horas de tinieblas.
Es la noche del vacío.
La noche que disuelve los ropajes.
La noche que permite abrir su fronda
a los portentos.
Es la noche en que el hermano fraudulento
teme encontrarse al estafado
y hace de su masa un capullo
bajo el negro pelaje de la sombra.
Llega a él un cuerpo que golpea ensañado
traba lucha ardiente con el receloso envoltorio de carne.
Quema con su puño
lacera a cada mordisco
corta con su aliento el rostro sorprendido.
El hombre embiste a su atacante
choca con su fuerza sobrehumana
enlazan los sudores rabiosos
los brazos de tea
los pechos
los furores
la hiel emancipada.
Un rugido cercena el muslo al rasgar el alba la penumbra
-Di tu nombre, ya que atacas sorpresivo.
-Digo el tuyo, nuevo, traspasado por mi mano
y por la mano del que me ha creado:
Eres quien luchó con el Señor y su ministro
y has ganado.
MAŠHĪT
Lo mismo da
que sea en Egipto, en Nínive o París.
Que diques de soberbia los resguarden
o escondan sus anillos en la legua de los gatos.
Lo mismo da
que una egregia máscara ilustrada
adorne su obsceno bienestar
que aniden en el légamo
o tuerzan sus miembros en vagones saturados.
Lo mismo da
que esté escondido en nublos
plazas
muchachitos
aguardando el mandato.
Da lo mismo:
Mi luz
tan pálida
inunda esos cuerpos
llevándome en el puño el corazón con un suspiro.
El empuje de mi aura desbarata construcciones
ahoga en pánico callejas.
Mi paso cimbra las baldosas
mis pupilas emanan turbación.
Al unir las yemas de mis dedos
abato sobre altivas nucas cascadas de ardientes pedernales.
Brocal de cólera resbala sobre rostros.
El tajo de mi daga
mancilla brisas
muros
primogénitos.
Soy quien cumple los decretos
quien despliega el producto de la ofensa
quien recorre de púas las entrañas
quien labra monogramas en las frentes infractoras.
Mirando, purgo de rastrojos superficies
rompo las madejas de los cuerpos.
Da lo mismo:
Ellos yerran.
Él castiga.
Yo obedezco.
SÉMELE
Rasga la entraña su aliento.
El vigor de sus ojos calcina la dermis.
Su vasta presencia desuella los muros.
Sus pasos desatan tormentas de fuego.
Se recuerda mirando, al borde de la tarde, un cuerpo perfecto avanzando hacia ella. Sus muslos de ámbar, sus brazos de atleta, sus rizos que enmarcan el rostro felino.
Laceran sus labios la brisa.
Su vientre aniquila sentidos.
Su torso es centella que embate certero.
Su aroma, naranja cuajada al ocaso, su lengua un grato ofidio danzando entre pliegues, su palabra tentadora. Yacieron perplejos. ¡Qué dulce el fulgor de sus sienes! ¡Qué suave ese cutis de ciervo abatido! Dijo que era el Uno, encerrado en esa deliciosa vestimenta.
Exhala un vapor: carcome cortinas.
Su piel de relámpago impregna la alcoba de cruentos rugidos.
Derrite los hierros, trasmuta el dosel.
Mi túnica arde, la vista se quiebra.
No es Zeus, te engaña. Le dijo la criada. ¿Por qué se presenta en atuendo de joven? ¿Por qué no se muestra en su real esplendor? Seduce engañando, se marcha artero. ¿No entiendes? Te busca aspirando a robar tus argollas. Descubre su rostro, anula la trampa. Pide que se muestre cual Sumo deseante, que embriague tu cuerpo con furia y poder.
Pidió a su amado la prueba.
Estalla tifón de antorchas.
Desgaja tendones.
Su voz me desteje.
Mi rostro es la pira que resta en el llanto.
Su abrazo me abrasa en feroz combustión.
SACRIFICIO
¡Mátalo!
Dijo
y el vértigo invadió mi sangre
un desierto interminable se agolpó en mi sien.
¡Mátalo!
¿y cómo puede ser infiel a su promesa?
¿y cómo puedo yo negarme a su clamor?
Se dobla el viento en mis pestañas
la memoria de su letra aplasta el puño en mi frente.
Un monstruo
un criminal
aquél que ose sostener el rizo amado y quiebre su silencio
aquél que pudra las venas de sus dedos empuñando alguna daga.
Maldito y mil veces maldito
quien troce la magnífica cerviz
quien anule el resplandor de su sonrisa
quien pierda para el mundo su linaje.
¿Debo ser yo quien consuma este delirio?
¡Mátalo!
Se doblan mis entrañas sin consuelo
pierdo la promesa
estafado
maltrecho
con el vientre diluido de dolor
de espanto.
Asido por las fauces de un dueño inhumano
por enorme
por violento
no puedo soltar al amo de mis ojos
ni soltarme
y sólo escucho bramar al centro de su aliento.
¡Mátalo!
SEKHMET
Señora del fuego en las fauces
gran soberana del trueno
tu, la del rostro rugiente
tú, de melena formada por hilos de sangre
tú, la del níveo colmillo
tú, ganadora en contiendas
a ti imploro:
¡Piérdelos!
que se astille el cristal de sus ojos
que se hunda en los pozos su anhelo
que se tuerza su sangre
que se pudra el vigor en los brazos
que mil pústulas manen sus carnes
mal augurio arañe sus frentes.
Oh señora
tu fragor amamanta mis venas
somos tus hijos
danos la victoria en la batalla.
KILIILI
Ven, bienamado
acércate al muro
Kilili sha apati
Kilili te espera
palpa mis muslos columnas
ábrelos
sáciate en el fondo de su abismo
Kilili mushirtu
Kilili te anhela
sumerge tu deseo en las paredes
son para ti sus grietas
te besan
te beso
se abren
me abro
Kilili nehasim
Kilili te abraza
estoy en la tapia
soy la muralla que te ciñe
te trago en el abrazo
te llevo hacia mi seno
Kilili uruki
Kilili te engulle
mi ciudad es ardiente
sus cimientos son sangre
de jóvenes guerreros
su argamasa sus vientres
sus baldosas son músculos
la suave cal que la adorna
es residuo de sus pieles.
Te amo, hermoso
mi ciudad está viva
mi ciudad eres tú
y todos mis amantes.
(Para Juan Carlos Cabrera Pons)
KRATEROS
Porque todo fue creado con violencia
es terror quien tiende los cimientos
es larva la agonía que calcina los rizomas,
sus ramas
sus racimos ovillados
el centro.
Porque todo es invadido de arrebatos
se desborda
abre cauces de ponzoña en las arterias
porque en ella caben convulsión y su remanso
porque crea al tiempo que destruye
porque en densa pupila
cohabitan el hedor y la dulzura.
Porque aquél que sorbe un poco lo divino
corrompe y dignifica sus entrañas
porque todo lo que toca la Presencia
es acre
duro
dócil
cruel
violento.
Porque inspira las acciones más atroces
porque en su ala se pergeñan las plagas impensables por oscuras
porque un golpe de su vista desgarra con sus filos
porque llega
y descuartiza
como bestia salvaje a su trofeo.
Porque es áspero
impetuoso
coraza que destruye
porque es intolerable
y delicado
enorme
hiriente
suave.
Porque es larva de agonía entre los huesos
porque es pavor que tuerce los raigones
porque envuelve en sus heces que seducen y atormentan
porque todo lo adecua a su contorno.
Porque todo fue creado con violencia.
CONJURO
Pliego mi voz ante tus ascuas
pido a ti el final de tanta fiebre.
Sólo cuento con mi boca
sólo he rescatado una voz que impreca las hogueras
único artificio mi alfabeto ante la pira
ante el fulgor que escalda los afanes.
Verja de signos que intenta desasirme
de tu abrazo incandescente.
Calma tu ira
retira tu semblante
extingue el fuego
espero tu clemencia
Shanti.
SILENCIO
Arde el espacio que abandonan los sonidos.
El aire se espesa en la oscura vecindad de tu partida.
En silencio,
si,
el rescoldo desfallece.
Lo preña el instante que sucede a la palabra.